Los zoológicos son una escuela de insensibilización ante el sufrimiento animal.
Artículo de
Xavier Bru De Sala, tomado de
El Periódico
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Un cuidador sirve alimento a los elefantes del Zoo de Barcelona.
Foto: Ferrán Nadeu |
Cuando el próximo año el
Zoo de Barcelona celebre su 125º aniversario, volveremos a escuchar la ridícula cancioncilla justificativa de los profesionales que viven de él. Afirman que se trata de un espacio destinado a la preservación, a la sensibilización, la educación y la investigación. Por muy loables que sean, y lo son, estas actividades no enmascaran para nada el hecho primordial, absolutamente execrable: el zoo
es una prisión de animales. El zoo es un infame campo de concentración donde malviven más de 2.000 animales, encerrados en jaulas o en espacios exiguos, alejados de sus hábitats, obligados a soportar las condiciones impuestas por sus carceleros humanos. En el zoo, los animales apresados se ven privados de ejercer sus funciones vitales, la primera de las cuales consiste en procurarse el alimento, y la segunda, esquivar el ingreso en el estómago de un predador (salvo los pocos afortunados, como los elefantes, que solo temen a los predadores humanos).
Una prisión de animales
En los zoológicos, unos animales sufren porque deben se
r exhibidos a la pública curiosidad de una especie superior. El mensaje que transmite la visita a un zoo es del todo incompatible con el respeto a la biodiversidad. Si sus responsables políticos fueran coherentes con los principios que defienden, el zoo de Barcelona habría dejado de existir hace tiempo. ¿Cómo es que todavía sobrevive, en una ciudad antitaurina y en un país que prohíbe los espectáculos con animales? ¿Cómo es que, después de largas luchas reivindicativas, hemos trasladado las cárceles para humanos al campo, pretendemos cerrar el CIE y en cambio mantenemos la prisión de animales en la Ciutadella? No tiene explicación alguna. No tiene ninguna justificación. No hay nada más anticonservacionista que un zoológico urbano.
Es como si los ecologistas adoraran el carbón.
No son necesarias las denuncias sobre el maltrato, aún más brutal y oculto, en los calabozos subterráneos del zoo, porque el hecho esencial no ha variado desde el siglo XIX: los zoos son exactamente lo contrario de lo que presumen,
una escuela de insensibilización de visitantes -empezando por los niños- hacia el sufrimiento de los animales. Lo que proclaman los zoos, y más los urbanos, es la superioridad absoluta de nuestra especie sobre todas las demás. Les tenemos encarcelados, sometidos, les tratamos como nos da la gana, y si sobreviven es gracias a nosotros porque nos deben la vida. Somos los reyes de la creación.
La paradoja de Barcelona
Para cualquier animal -y la mayoría están dotados de una capacidad olfativa y auditiva muchas veces superior a la humana-, ser privado de los ruidos y los olores de su hábitat es causa de sufrimiento. Peor todavía: verse obligado a soportar un clima extraño, los malos olores, la polución y los ruidos de todo tipo de máquinas de la ciudad tiene que ser algo muy similar a una tortura. He aquí la paradoja de que una ciudad que se proclama campeona de los valores más avanzados y solidarios mantiene una prisión de más de 13 hectáreas donde se amontonan más de 2.000 animales. Aunque a Barcelona le sobrasen pulmones verdes, que no es precisamente el caso,
el zoo debería haberse cerrado.
Poner fin al oprobio
Este maldito campo de concentración
lo pagamos los barceloneses con nuestros impuestos. Bastaría, pues, una sola votación del consistorio para poner a fin al oprobio. Hay que suponer que, llegado el caso, solo los populares estarían en contra y que sus súbditos de color naranja se abstendrían para quedar bien. Recordemos que las dos formaciones son partidarias declaradas de infligir sufrimientos innecesarios a los animales. Los socialistas, que defienden la modernidad para disimular su connivencia con el incremento de la desigualdad, tendrían que estar en contra. También los neoconvergentes. Ni que decir tiene que ERC debería haberse lanzado a la yugular de esta grave anomalía. Y que los comunes y la CUP tendrían que competir, sin dejar de tirarse los trastos a la cabeza, por ver quién es más animalista. Pero, muy lamentablemente, nuestros concejales, todos, son cómplices del angustioso sufrimiento de animales. La única noticia publicada, o proclamada, por doquier es que en el zoo de Barcelona ha nacido una jirafa. Milagro. ¡Vaya mérito! Ahora bien, a nadie se le ocurre pedir que la unan a los pocos miles de congéneres que aún sobreviven en libertad.
Cerrar la prisión de animales se dice pronto, argumentan los carceleros y sus insensibilizados amigos cuando se encuentran acorralados. ¿Y qué hacemos con los reclusos? No los podemos soltar por las calles, nadie quiere en Catalunya una reserva como la de Sigean y, manchados de humanos como están los presos, ya no sobrevivirían en sus hábitats. ¡Qué problemón! Pues innovad en programas de readaptación, o regaladlos a zoológicos no urbanos o a ciudades más retrógradas que la nuestra.