En algún lugar bajo la lluvia siempre habrá un perro abandonado que me impedirá ser feliz. Jean Anouilh
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lunes, 5 de marzo de 2018

El perro de la cuadra amado por los vecinos

Comunidades han adoptado a un perro callejero conviritiéndose en figura indispensable del barrio.

Artículo de Cecilia Montoya, tomado de El Tiempo.com

Cabo, un tadeísta más. Foto: Alejandra Zapata
BOGOTÁ.- Hay perros que no tienen un solo dueño: tienen muchos. Y aunque no gozan de todas las comodidades y privilegios de una mascota dentro de una casa, están en muy buenas condiciones, pues los vecinos de su comunidad se han unido para cuidarlos. Son los “reyes de la cuadra”.

Hace poco Claudia Rodríguez, directora del Instituto Distrital de Protección Animal (antes Zoonosis), dirigió en la localidad de Engativá una jornada de adopción de mascotas.

Ella, que ha realizado un trabajo importante con los animales en la calle –esterilización, vacunación y recuperación–, afirmó que no todos los animales que se encuentran en espacios públicos deben ser rescatados. Y citó el ejemplo de los perros de Bogotá que han sido acogidos por la comunidad, que están en buenas condiciones y por consiguiente deben seguir allí.

 
“El Instituto se desplaza a 30 puntos críticos a hacer campañas de identificación, vacunación y esterilización; después los animales son devueltos a las comunidades a las que pertenecen”, explicó la funcionaria.

Para el Instituto Distrital de Protección Animal los animales que sí deben ser rescatados obligatoriamente son aquellos que se encuentran en condiciones de urgencia: hembras gestantes o lactantes, cachorros y animales con problemas de salud graves. De todos
Para Carolina Alaguna, experta en comportamiento animal, estos perros generalmente son adoptados por una comunidad que, si lo decide y se organiza, puede velar por su bienestar.

“Los hemos visto con casitas, placa de identificación, comida y generalmente acompañando a algún vecino o vigilante de un parque o una cuadra. Pero, sin embargo, no todos tienen la misma suerte; en ocasiones, los ‘perros de cuadra’ sí tuvieron un tenedor que resultó dejándolo fuera de su casa”, reflexiona la experta.

Para ella, lo grave es cuando a la hora de responder por su salud o por su bienestar nadie se hace cargo.

“Aún si están muy bien de salud y la comunidad los cuida en conjunto, es importante que se organicen de tal manera que siempre sea garantizado su bienestar.
Me parece una labor bonita desde que se haga bien, se cumpla con las normas de convivencia y tengan padrinos que se ocupen realmente de sus necesidades y emergencias” concluye.Estas son algunas historias de esos perros a los que todos quieren y a los que todos cuidan. Los ‘reyes de la cuadra’.
Cabo, un tadeísta más

En el 2008, un perro callejero llegó a las puertas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en el centro de Bogotá, siguiendo a José Germán Vengoechea, entonces director del Centro de Información de la institución. Él, que sentía una enorme empatía por los animales, alimentaba y cuidaba a este cuadrúpedo sin dueño. Poco a poco se familiarizó con la Utadeo, sus estudiantes y sus trabajadores, que empezaron a tratarlo con cariño.

Un día, José Germán sufrió un infarto junto a su carro en el parqueadero, y fue este perrito el que advirtió a los celadores de la universidad.

Este episodio, del que salió fortalecida la amistad entre estos personajes, y el agradecimiento de los tadeístas por el perro, llevó a que la universidad decidiera adoptarlo, cuidarlo y darle un nombre: Cabo. Él, que desde entonces era la mascota tadeísta, reposa desde enero en una casa de retiro, donde cuidan de las dolencias de su avanzada edad perruna: 13 años.

Su lugar hoy es ocupado por Cabito, otro perrito que fue adoptado por la universidad hace más de un año, para hacerle compañía a Cabo.

Ambos animales han sido para muchos las mascotas que jamás tuvieron y uno de los símbolos más queridos de la vida universitaria. Los trabajadores y estudiantes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano son un ejemplo de que estas cosas sí pasan.

Yako, muy bien cuidado

Es uno de los pacientes del veterinario Daniel Bohórquez y su casa está en el CAI de Alcalá (Cedritos, norte de Bogotá).

“Yako anda por la calle con su correa, tiene su casa junto a la Policía, y la gente se ha unido para darle su comida y pagar los servicios veterinarios”, cuenta el médico veterinario que lo ha atendido y a quien el perro visita todos los días. “Ahora, la comunidad está haciendo una colecta para castrarlo”, añade Bohórquez.

Yako. Foto: mascoTAS
No obstante, aunque todos lo quieran, expresa una preocupación: ¿quién se hará responsable a la hora de un gasto grande?

Por eso, cree que sería mejor que alguien lo adopte.
Pero, por ahora, Yako cuenta con el amor y el apoyo de sus vecinos.  

Bruno, amo del Park Way

Bruno es un perro que fue abandonado hace dos años por sus amos en una esquina del Park Way, en la localidad de Teusaquillo. Algunos vecinos intentaron, incluso, llevarlo a su casa, pero él siempre se escapaba para el parque del barrio. Conmovidos por su historia y su perseverancia, un grupo de personas de la zona decidió organizarse y dos vecinas del mismo barrio se ofrecieron para cuidarlo.

Bruno es un perro que fue abandonado hace dos años por sus amos en una
esquina del Park Way, en la localidad de Teusaquillo. Foto: mascoTAS
Hoy, Bruno tiene su propia ‘villa’ vecina del CAI. Pasa sus días acompañando a los policías de este punto a sus recorridos. Los espera afuera de los bancos, de las panaderías y de los establecimientos mientras ellos hacen sus rondas.

Estella Avella y otra vecina van diariamente y lo alimentan. Ahora, Bruno no tiene un amo; él pertenece a la comunidad, como lo dice en la parte de afuera de su casita: “Este perro es de la comunidad. Cualquier inquietud comunicarse a los números…”.  

Lucas, en el ‘cielo’ de los perros

“Lucas llegó un día al barrio Santa Ana Occidental, en Bogotá, en el año 2007. No se supo nunca su edad; su color era amarillo con pelos negros. Tampoco se supo su ascendencia, probablemente hubo un pastor alemán por ahí. El caso es que él rápidamente se volvió parte la comunidad”, cuenta María sobre Lucas, su compañero fiel de caminatas. Hace poco lo echó de menos y le preguntó por él a Antonio Saavedra, el vigilante del barrio. Y supo que se había muerto.

Lucas llegó un día al barrio Santa Ana Occidental en Bogotá en el año 2007.
Foto: mascoTAS

“Una noche se puso raro y alcanzamos a llamar al veterinario, pero se quedó dormido en su casita y al poco tiempo estaba muerto”, explicó su amigo.

Murió de viejo, porque los vecinos se encargaron de que tuviera una buena vida, de que no le faltara nada. Ahora, todos lo extrañan y no falta el que se siente desamparado. Lucas fue un gran compañero, se mantenía alerta con la gente y ayudaba a cuidar a los vecinos.

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