Artículo de Ramiro Díez, tomado de El Telégrafo.com.ec
En otros festejos, un toro recibe centenares de dardos disparados por las multitudes. Los dardos metálicos le rompen los ojos y cuelgan de todo su cuerpo. Cuando el animal colapsa por el dolor y el terror, la muchedumbre estalla en frenéticas y alcoholizadas algarabías. Si el animal no muere enseguida, una mano caritativa le pega un balazo en la cabeza. Es la fiesta de San Juan.
Y Judas también participa. En Semana Santa, un monigote colgado en la plaza representa al apóstol. La multitud le lanza piedras en un acto estúpidamente normal, aunque intrascendente. Pero, además, el monigote está rodeado de cántaros con pequeños animales. Cuando el cántaro se rompe por alguna pedrada, el animal se precipita desde las alturas para el alborozo colectivo.
Y algo más: muchos cazadores, cuando sus perros ya están viejos, los amarran del cuello, y los cuelgan de la rama de un árbol de tal forma que apenas puedan rozar el suelo con sus patas. El desespero del animal es motivo de risa para el cazador, que dice que su perro “está bailando la jota”. Al final, el perro, agotado, no puede sostenerse y muere ahorcado. Otras celebraciones con animales, mejor no mencionarlas. Schopenhauer decía que los animales viven en un infierno y que los humanos somos sus demonios.
En el mundo del ajedrez, hasta la peor crueldad tiene categoría espiritual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario