Artículo de Jorge Villasol, tomado de El Diario.es
Safari (Ulrich Seidl, 2016) - Ulrich Seidl Film Produktion GmbH |
El escritor y naturalista Plinio el Viejo también dio cuenta de ese día de caza en el libro VIII de su Historia Natural. Unas barreras de hierro impedían la huida de los elefantes; perdida ya la esperanza de conservar sus vidas, y «buscando la compasión del público, comenzaron a suplicar con una actitud indescriptible, llorando por ellos mismos entre lamentaciones, con tan gran dolor del pueblo que, olvidándose del general y de la munificencia desplegada en su honor, se levantaron todos llorando y abrumaron a Pompeyo con imprecaciones que él expió inmediatamente». En la carta a su amigo, Cicerón afirmó que era tan evidente la compasión del público «como la idea de que hay algún tipo de relación entre estos animales y el género humano».
Safari (Ulrich Seidl, 2016) - Ulrich Seidl Film Produktion GmbH |
Dos mil años después, una familia austríaca (un hombre, una mujer y sus dos hijos: una chica y un chico) viaja a Namibia para cazar animales. Son algunos de los protagonistas de Safari (2016), un documental del austríaco Ulrich Seidl. En la última jornada el hombre y la mujer avistan con sus prismáticos un grupo de jirafas. El espectador apenas intuye su presencia, la cámara únicamente sigue a los cazadores. El hombre coloca su rifle sobre un soporte fijado al suelo. La precisión es importante. Tras el disparo, un experto que acompaña a la pareja aconseja al hombre bajar el arma: «Espera». Instantes después da su aprobación: «Buen tiro. Un tiro limpio». Probablemente la jirafa ha muerto de un único disparo, como el elefante alanceado en el circo de Pompeyo. «Dale un poco de tiempo. Vale, está cayendo. Hay que tener paciencia. Nos acercaremos lentamente. Vamos.» Entre los arbustos se adivina la figura inmóvil de la jirafa. «Está muerta.»
No está muerta. «Mierda». La jirafa, con su cuerpo fijado al suelo, mueve lentamente su enorme cuello arrastrando la cabeza por la tierra. Tiene los ojos abiertos. La mujer y el hombre, rifle en mano, retroceden. El experto recomienda no disparar más. Es cuestión de tiempo. «Pensaba que se levantaría. Estoy nerviosísima», dice la mujer. El experto se acerca a la jirafa y certifica su muerte: «No quería que volvieras a disparar. Me daba miedo que tuviera una subida de adrenalina y echara a correr». «Felicidades, cazador», le dice la mujer al hombre. Se besan. Están emocionados.
Cuando la jirafa todavía agonizaba, la mujer le dijo al hombre: «Increíble. Siguen ahí. ¿Por qué?». Siete jirafas han presenciado los últimos estertores de su compañera. El espectador puede verlas durante toda la escena, están a unos pocos metros, paralizadas. Quizá están emocionadas. Quizá están llorando como los elefantes acorralados en el circo de Pompeyo. Y la mujer no lo entiende. En esa ignorancia está una de las respuestas a por qué algunos animales sienten placer al matar a otros con premeditación.
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