Artículo de Claudia Wascher, tomado de El País.com
Da la sensación de que los seres humanos tenemos un sentido innato de la injusticia. Esto es algo curioso desde el punto de vista de la evolución, cuyo propósito uno pensaría que es predisponernos para que tratemos de obtener ventaja para nosotros mismos y para nuestra familia, siempre que sea posible. Sin embargo, en la práctica, el sentido de la injusticia es importante para que los seres humanos puedan ayudarse los unos a los otros. La cooperación humana se basa en el altruismo recíproco. Ayudamos a la gente porque nos ha ayudado en el pasado o porque puede que nos ayude en el futuro.
Esta forma de cooperación solo es posible cuando las personas son capaces de llevar la cuenta de los esfuerzos y las recompensas de otros, y el sentido de la justicia ayuda a hacerlo. Pero, ¿qué ocurre con los animales no humanos? ¿El sentido de la justicia es un rasgo exclusivo que distingue a los seres humanos de los demás animales, o ha evolucionado también en los animales no humanos?
Una manera de comprobarlo en los animales es servirse de una tarea de aversión a la inequidad. Un sujeto experimental recibe una recompensa por llevar a cabo a una tarea, mientras que a su compañero se le da como premio de consolación algo que no le gusta especialmente. Se podría suponer que los individuos con un fuerte sentido del juego limpio dejarán de participar en el experimento o rechazarán el premio.
Una de las primeras especies con las que se experimentó la aversión a la inequidad fueron los monos maiceros. En una tarea en la que los monos tenían que intercambiar una ficha por un premio, a uno de los individuos se le dio un trozo de pepino a cambio de la ficha, mientras que un individuo modelo —otro mono que no era el foco de atención del experimento— de una jaula adyacente recibió una uva por la misma acción. Los monos maiceros prefieren las uvas a los pepinos, y el individuo que había recibido el pepino enseguida empezó a protestar arrojándole la desagradable hortaliza al investigador.
Los monos maiceros también se dieron perfecta cuenta de la injusticia en relación con la cantidad de esfuerzo que tenían que invertir para recibir una recompensa. Cuando tenían que trabajar para obtenerla y veían que su compañero de experimento la recibía regalada, dejaban de participar.
Además de los monos maiceros, varias especies de primates, entre ellos los chimpancés, los macacos Rhesus y los macacos cangrejeros, han demostrado que expresan alguna clase de respuesta conductual a la inequidad. Aparte de los primates, los perros y las ratas, otras dos especies de mamíferos muy sociables, han dado asimismo muestras de sensibilidad a la injusticia.
Cabezas de chorlito
Pero, ¿qué hay de las especies no mamíferas? En los últimos años, la familia de los córvidos se ha convertido en un excelente modelo para el estudio de la cognición en las aves. Los córvidos son una extensa familia de más de 120 especies que incluye a los cuervos grandes, las cornejas negras, las urracas y los arrendajos. Los córvidos son sumamente sociables y tienen sistemas sociales flexibles. Por ejemplo, los cuervos adultos viven en parejas territoriales, mientras que las grajillas lo hacen en grandes comunidades. En algunas especies, como la corneja negra, la sociabilidad depende del medio ambiente. Pueden criar tanto en parejas macho-hembra en algunos entornos, como en grupos cooperativos en otros.En diferentes especies de córvidos se pueden observar diversas formas de cooperación natural. Los animales se ayudan unos a otros en los enfrentamientos violentos y comparten recursos como el alimento y la información sobre los depredadores. En consecuencia, teniendo en cuenta hasta qué punto cooperan en libertad, era de esperar que los córvidos tuviesen sentido de la justicia y la injusticia.
Decidimos someterlos a la misma prueba que a los primates. Los sujetos del experimento fueron cuatro cuervos grandes y seis cornejas negras. Los pájaros recibieron un trozo de queso como recompensa (a los córvidos les gusta el queso) y una uva como “premio de consolación”. En un experimento, a los dos individuos se les recompensó con el mismo alimento por intercambiar una ficha con un investigador humano. En el otro, uno de los pájaros solo recibió uvas, mientras que al segundo se le dio queso. También probamos el llamado experimento de “control del esfuerzo”, en el que el sujeto experimental tenía que intercambiar su ficha por un trozo de queso o por una uva, mientras que al otro pájaro se le daba el mismo premio, pero regalado, sin necesidad de intercambiarlo.
En la situación de inequidad, el cuervo objeto del experimento —al que se estaba tratando injustamente— dejó de aceptar el premio de menos valor. En el control del esfuerzo, los animales dejaron de intercambiar su ficha por el premio cuando comprobaron que el otro pájaro lo obtenía sin esforzarse. En ambos casos, se dieron cuenta de que estaban siendo tratados injustamente y decidieron no cooperar.
Por lo tanto, en este aspecto los córvidos son iguales que algunos mamíferos. Una elevada complejidad y flexibilidad en la cooperación debe de haber sido el motor de la evolución de la conciencia de lo que es justo y lo que no. El hecho de que la aversión a la inequidad esté presente no solo en una serie de especies de primate, sino también en los córvidos, indica que la idea de justicia y cooperación es un rasgo común a las especies cooperativas que les ha permitido desarrollar la sociabilidad.
Claudia Wascher es profesora de Biología Animal y Medioambiental de la Universidad Anglia Ruskin.
Cláusula de divulgación:
Claudia Wascher ha recibido financiación de las becas L’Oréal Mujeres en la Ciencia.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web The Conversation.
Traducción de News Clips.
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