Artículo de Joaquín Botero / EDLP, tomado de El Diario de Nueva York
Ángel Hernández trabajó un año cuidando los caballos y lleva ocho de conductor. Foto: Gerardo Romo. / EDLP |
Hernández (28) sale con su coche todas las mañanas del establo Clinton Park, en la calle 52 y la Undécima avenida hasta la calle 59 y la Quinta, donde buscan clientes. El mexicano trabajó un año cuidando los caballos y lleva ocho de conductor. En un día flojo, hace tres vueltas al Parque Central; en uno bueno, ocho, y diez en Navidad, la mejor época.
El alcalde y parte del Concejo, incluida la presidenta Melissa Mark-Viverito, alegan razones de maltrato animal para la prohibición, señalando que los carruajes se han visto involucrados en siete accidentes de tráfico desde 2011. En las calles, asociaciones de defensores de animales a veces van a acosar a turistas y cocheros en el Central Park. Sin embargo, los representantes de los conductores de carruajes indican que sólo tres caballos han muertos en accidentes en los últimos treinta años.
El irlandés Conor McHugh, administrador del establo, plantea que "accidentes pueden pasar en cualquier parte o a cualquier hora, a un peatón o a un ciclista. Nosotros entrenamos a los caballos antes de sacarlos en la ciudad y somos precavidos". Cuenta que, si un caballo no quiere trabajar o se siente mal, simplemente no se mueve.
La ciudad hace cumplir una serie de regulaciones para los animales. Por ejemplo, no trabajan si la temperatura está muy alta o muy baja, y deben recibir visitas de veterinarios dos veces al año. Los equinos disfrutan de cinco semanas de "vacaciones" en el campo, y al envejecer son retirados a granjas, especialmente en Connecticut. "Un caballo llegó de siete y se jubiló a los 22. Vivió cuatro años más. Se ganó su comida y nos ayudó a muchos a hacer lo mismo", relata McHugh.
El salvadoreño José Abel Luna (30) llega a las 6:30 al establo a preparar los coches. Mozo de cuadra se llama su oficio. Contradiciendo a los activistas, muestra el espacio amplio del que disfrutan los caballos, las fuentes de agua, y la paja que se renueva constantemente. "Más seguros que en el campo cuando eran potros. Además, en el parque también les damos comida y agua", destaca.
Por su parte, George Miranda, presidente del Sindicato de Conductores, que agrupa también a los conductores de carruajes, tampoco quiere que sus representados se pasen a los carros eléctricos de diseño antiguo, como propuso De Blasio recientemente. Dice que habría una competencia abierta entre cocheros y bici-coches, que agregaría más tráfico al Parque Central si se suman los atletas y ciclistas.
"La nuestra es una industria icónica desde hace dos siglos", sostiene Miranda. "A los turistas les encanta. No estamos en contra de los coches antiguos, sólo que no es para nosotros".
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