Fue en uno de esos paseos por el monte, cerca de Idocin, cuando los vio. A la misma hora, en el mismo sitio, los animales aparecían y el vecino Julián Solano los cuidó durante semanas.
Artículo de Noelia Gorbea, tomado de Diario de Navarra.esCEDIDA |
Curiosos e inteligentes casi a partes iguales, la evidencia demuestra que los zorros son capaces de demostrar las más inesperadas artimañas para confundir a sus depredadores, de idéntica manera a lograr poner en evidencia a cualquier ‘extraño’ que no sepa saltar, nadar, correr... y huir incluso con elegancia. Astutos hasta decir basta, estos mamíferos son interesantes puede que de principio a fin.
Pero más allá de observarlos en fotografías o documentales de paciencia y precisión, ¿se imaginan poder convivir con ellos por hasta dos meses? Es la experiencia que se quedará para siempre en el corazón del vecino de Idocin, Julián Solano. En un año azotado por la pandemia, este antiguo macero ha apostado, como quizá el grueso de la sociedad, por una mirada al campo, al bosque, a la tranquilidad de respirar sin mascarilla, refugiado por mucho más de dos metros de distancia social.
En esas se encontraba Julián cuando, en uno de esos paseos a menos a dos kilómetros de su casa, localizó a una pareja de zorros pequeños. Con sigilo, trató de hacerse con su cámara e inmortalizar el encuentro. Lo logró, pero no quiso quedarse ahí. Armado de paciencia, intentó compartir su calma con ‘ambas fieras’. Y así, sin cambiar demasiado su apariencia y repitiendo horario, Julián se encaminó al bosque cada día del verano durante día tras día. Hasta 51.
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Durante aquel periplo de naturaleza en estado puro, el de Idocin consiguió dar de beber a los zorros y alimentarles con restos de comida que tenía por casa. “Lo mismo pollo que ternera”, cuenta el protagonista. Tal fue su afinidad que incluso consiguió que los animales salieran a su encuentro con solamente un silbido. “Siempre tuve cuidado (vestía guantes de cuero para evitar mordiscos innecesarios) y hasta logré que comieran de mis botas, de mi mano...”, asegura Julián.
Sin dejar de improvisar, compartió incluso juguetes con los zorros. “Quería verles saltar, intentar captar su máximo esplendor”, rememora. Y lo logró. Ahora, aunque solamente sea para él, atesora cientos de fotografías y decenas de vídeos. “Es algo que parece imposible, pero está ahí. Solo hay que respetar”, entiende quien sigue disfrutando del reconfortante paseo por el monte.
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