Artículo de Sara Prieto, vídeo de Davit Ruiz, tomados de Vice.com
Se me ocurren pocas cosas más jodidas que ser un mono en el zoo. Te despiojo, me masturbo, te pego, te robo la comida, vuelvo a despiojarte. Y así las 24 horas del día sin escapatoria ni descanso. Este espectáculo, parada obligatoria de cualquier excursión de 2º de Primaria, ejemplifica perfectamente el estrés al que están sometidos los animales en este tipo de recintos.
Frente a los defensores de la cría en cautividad de especies protegidas para su estudio y disfrute general, surgen historias como la de Arturo, que cuenta con el dudoso honor de ser el “animal más triste del mundo”. Confinado en una jaula y soportando temperaturas de casi cuarenta grados, este oso polar de 29 años terminará sus días en Argentina, a pesar de las presiones que el gobierno está recibiendo de ONG’s como Greenpeace e iniciativas promovidas desde Change.org. Ni siquiera Cher, que dio la voz de alarma en el mes de mayo, ha hecho cambiar de opinión al director del centro en el que vive.
Este caso extremo ha puesto el foco sobre el estado en el que se encuentran las especies criadas en cautividad. Se calcula que un 60% de los ejemplares son víctimas de trastornos más propios de los humanos como consecuencia del contacto constante con personas. Bichos tristes y desganados, a fin de cuentas, que son el vivo ejemplo de la zoocosis.
Este término fue acuñado por el zoólogo Bill Travers en 1992 para describir los comportamientos neuróticos en los animales enjaulados. La falta de estímulos tanto físicos como psicológicos y la pérdida de control sobre su entorno les provocan psicopatologías que muy raramente desarrollarían en la naturaleza, como desórdenes alimentarios y sexuales, adicciones o depresión. Y no, darle una manzana congelada a un elefante en pleno agosto, no cuenta como estímulo.
De todos ellos, uno de los comportamientos más reconocibles es el Trastorno Obsesivo Compulsivo. No hace falta ir al circo para ver animales encerrados que repiten constantemente una serie de rutinas. Una visita al Zoológico de Madrid nos sitúa frente a frente con el lobo de Alaska, que pone a prueba su nombre bajo el sol de agosto, con el zorro vinagre, desaparecido en los últimos tiempos, pero que suele dar interminables paseos, siguiendo siempre los mismos senderos, o con los osos malayos, que han desarrollado unos increíbles modales y saludan imitando a los humanos con el fin de conseguir unos cacahuetes.
Rutina de un oso hormiguero del zoo de Madrid. |
Susana es veterinaria, no desvela sus apellidos porque ha trabajado en parques y tiene contactos allí. Para ella el problema lo generan las directivas de los zoológicos y el interés por hacer estos lugares rentables. “Tengo un montón de conocidos que han trabajado en el zoo y han dimitido. Acaban hartos de pelearse con los responsables del centro a causa de la cantidad de individuos que meten en un mismo recinto”, comenta.
“La medicina que se realiza allí es preventiva, no clínica. Por mucho veterinario que haya, y aunque ellos quieran, desde dirección no se permite tratar a los animales. También depende mucho de la especie, si es una gacela, no merece la pena hacer una cirugía y se sacrifica, si es un gorila ya cambia la cosa”. La duda está en saber hasta qué punto un especímen anoréxico, por ejemplo, es apto para exhibir ante el público como muestra de la grandeza de la madre naturaleza.
Si queréis saber más cosas sobre la situación de los animales en los zoos, Igualdad Animal realizó una impactante investigación que podéis consultar aquí.
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