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martes, 22 de diciembre de 2015

Los gatos domésticos abandonados de Alepo

¿Quién salva a los animales que sufren y mueren en la zona de guerra de Siria?

Artículo de Rachel Nuwer, tomado de NW Noticias.com


Algunos de los gatos sin hogar que Mohammad Alaa Aljaleel (no aparece en
foto) alimenta todos los días en la ciudad de Alepo. / Hosam Katan/REUTERS

Cada mañana, Mohammad Alaa Aljaleel conduce a la carnicería local y compra 2.50 dólares de sobras. En los días buenos, el simpático propietario le da a Aljaleel un descuento e, incluso, le regala algunos trozos y huesos. Al igual que todas las demás personas de esta parte de Alepo, Siria, el carnicero sabe que Aljaleel no compra la carne para él, sino para 150 gatos, la mayoría de ellos, antiguas mascotas que fueron abandonadas cuando sus propietarios huyeron de la ciudad o fueron asesinados.

En los años transcurridos desde el estallido de la guerra civil siria, en 2011, Aljaleel se ha convertido en el cuidador de felinos extraoficial de su ciudad natal. Poco después de que comenzó la crisis, el antiguo electricista tuvo la oportunidad de llevar a su esposa y sus tres hijos a Turquía, donde tenía posibilidades de trabajar como mecánico. Pero junto con su familia, decidió quedarse para ayudar a los menos afortunados que él. Para Aljaleel, esto no sólo incluye a las personas, sino también a los animales. “Considero que los animales y los seres humanos son iguales”, dice. “Todos ellos sufren dolor, y todos ellos merecen compasión”.

Siendo un amante de los gatos de toda la vida, Aljaleel observó primero algunos felinos callejeros merodeando entre los escombros de una casa destruida por un ataque aéreo. Se sintió obligado a darles de comer. Pronto, cinco animales se convirtieron en diez, luego en veinte; como dice, “los gatos siempre saben cuándo hay comida alrededor”, y la colonia siguió creciendo hasta llegar a un número aproximado de 150 animales, por los que vela en la actualidad. Treinta de los gatos ahora tienen nombres, incluyendo su favorito, Zorro el Noble, y los niños de otras partes de la ciudad vienen a visitar a las mascotas sin hogar, muchas de las cuales siguen siendo muy amables. “A los niños les da mucha alegría jugar con ellos”, dice Aljaleel. “Me siento muy orgulloso del trabajo que estoy haciendo”.


Refugiados de Siria e Irak desembarcan en la isla griega de Lesbos.
Hosam Katan/REUTERS

Algunas personas podrían argumentar que el tiempo y los recursos de Aljaleel estarían mejor empleados en ayudar a las víctimas humanas de la guerra. Pero las pocas personas y organizaciones que trabajan con mascotas y otros animales atrapados en las zonas de conflicto creen firmemente que sus esfuerzos valen la pena. Al ayudar a los animales, señalan, se ayuda también a las personas. Los medios de subsistencia de los agricultores podrían estar depositados en su ganado, mientras que los gatos y los perros suelen ser miembros muy queridos de la familia. Algunos refugiados sirios han caminado más de 480 kilómetros con sus perros o han llevado gatitos a bordo de balsas con destino a Grecia.

“La realidad es que la gente no quiere evacuar sin sus mascotas”, dice Gerardo Huertas, director de operaciones de manejo de desastres en World Animal Protection, una organización no lucrativa enfocada en mejorar el bienestar animal. “En los cuestionarios que hemos llevado a cabo preguntándole a las personas qué sería lo que se llevarían con ellas si tuvieran que abandonar sus casas, los perros y los gatos siempre encabezan la lista”.

Sin embargo, inevitablemente, los animales se quedan atrás. Cuando eso sucede, a menudo enfrentan una muerte lenta por inanición, lesión o enfermedad. Huertas vio esta dura realidad en 1989, durante la sangrienta revolución nicaragüense. Miles de desesperados nicaragüenses huían a través de la frontera con Costa Rica, pero en los últimos noventa metros de la frontera había minas terrestres sembradas. Al descubrir esto, algunos refugiados ataban su ganado y caballos a los árboles, pensando que tendría mayores posibilidades de éxito si se abrían camino a través del campo por su cuenta. Lo más probable es que tuvieran la intención de volver por los animales en algún momento, pero, de hecho, los caballos y el ganado se quedaban a morir de hambre.

Cuando Huertas, que es de Costa Rica, se enteró de la situación en las noticias, se sintió obligado a hacer algo, a pesar del peligro. “Yo era joven y estúpido”, dice. Así que él y un amigo se dirigieron a la zona fronteriza llena de maleza, donde siguieron el camino que los refugiados habían tomado, orando por no pisar una mina. Pronto encontraron a los desnutridos animales; en su desesperación, habían comenzado a comer la corteza de los árboles a los que estaban atados. Algunos estaban muertos. Huertas y su amigo ataron a los supervivientes en una sola fila y comenzaron el peligroso viaje de vuelta a Costa Rica. De alguna manera, los dos hombres y todos los animales lograron pasar sin pisar una mina. Huertas ha continuado ayudando a los animales en zonas de conflicto de todo el mundo. Dio tratamiento a ganado enfermo de tuberculosis en Kosovo apenas un mes después del alto al fuego de 1999, y ha pasado temporadas en Kabul, Afganistán, salvando a los hambrientos animales de los zoológicos y atendiendo a los camellos heridos por la metralla. Los agricultores, sobre todo, reciben a Huertas y a sus colegas como héroes. “La gente no tiene futuro sin sus animales”, explica.


Aljaleel con algunos de los gatos abandonados a los que alimenta todos los
días. Hosam Katan/REUTERS

Estas misiones de auxilio a los animales a menudo incluyen un segundo objetivo: limitar los peligros que los animales alguna vez domesticados plantean para los seres humanos. Durante la guerra de Kosovo, perros pastores callejeros se unieron en jaurías que luego se volvieron salvajes. “Pueden ser agresivos si tienen hambre”, dice Huertas. “Hemos tenido que reunir una gran cantidad de estos animales”.

Los perros y gatos salvajes también pueden transmitir la rabia, un problema crónico en Afganistán, donde se estima que mil personas mueren cada año a causa de las mordeduras de perros infectados. “En los últimos meses, doce personas murieron de rabia tan sólo en las afueras de Kabul”, dice Pen Farthing, fundador y director ejecutivo de Nowzad, una organización sin fines de lucro que dirige la única organización de beneficencia oficial animal en Afganistán. Para combatir la enfermedad, Nowzad practica un proceso de atrapar-inmunizar-liberar, que consiste en capturar a los animales salvajes sin causarles daño, “arreglarlos” y vacunarlos contra la rabia, y luego devolverlos a la calle. Aunque el proceso es una pesadilla logística, el simple hecho de practicar la eutanasia a los perros callejeros no funcionaría, señala Farthing, porque Kabul tiene demasiados de estos animales que son extremadamente territoriales; si se elimina algunos de ellos, otros ocuparan su sitio inmediatamente. 

Por desgracia, la clínica de Kabul de Nowzad y las operaciones globales de World Animal Protection son ejemplos excepcionales entre las zonas devastadas por conflictos. Muy pocas organizaciones no lucrativas operan en lugares plagados de violencia, principalmente debido al peligro que dichos entornos representan para los rescatistas humanos. Farthing, un excomando de la Real Infantería de Marina, ha tenido que lidiar con dispositivos explosivos improvisados, sembrados fuera del refugio de animales (destinados a los vehículos del ejército afgano), y uno de los conductores de la organización pasó una vez por un área que los talibanes atacaron cinco minutos después. Varios soldados detuvieron a Huertas y sus colegas a punta de pistola en Kosovo y, de acuerdo con su traductor, comenzaron a deliberar sobre si debían disparar o no a los extranjeros.

Aparte de la seguridad, la logística del rescate de animales en esos lugares también puede ser desalentadora. Los trabajadores humanitarios deben llevar suficientes suministros veterinarios y alimentos para reabastecer las clínicas locales y mantener los refugios en marcha, junto con equipo poco común, como pistolas de dardos para capturar perros agresivos y dispositivos de eutanasia humanitaria para entregarlos a los mataderos. “El solo hecho de poner una de esas cosas en un avión es un gran problema —dice Huertas—. Los cartuchos explosivos y las drogas son los principales objetos prohibidos por las aerolíneas”.


En Afganistán, las autoridades tuvieron que practicar la eutanasia a cientos de
perros rabiosos sin propietarios. Wakil Kohsar/AFP/GETTY

Sin embargo, Nowzad intenta periódicamente una mayor hazaña logística: enviar perros y gatos procedentes de Oriente Medio a Estados Unidos o Europa. Cuando Farthing estaba en Afganistán, una vez detuvo una pelea de perros que algunos policías afganos habían instigado. Para su sorpresa, dice, “uno de esos perros decidió adoptarme”. La ciudad donde esto ocurrió, llamada Nowzad, sirvió de inspiración para el nombre de su nueva mascota y el de su futura organización benéfica. Cuando abandonó el país, en 2007, se llevó a Nowzad, el perro, con él al Reino Unido. Sin embargo, descubrió que hacerlo era un importante reto. El perro debía tener las vacunas apropiadas, aplicadas por un veterinario calificado, para cumplir los requerimientos de salud de su nuevo país; Farthing necesitaba encontrar una instalación donde el animal pudiera permanecer durante su periodo de cuarentena antes de ser vacunado; el perro necesitaba una forma de realizar el viaje, ya sea en un vuelo comercial o en un avión de carga; y Farthing ha tenido que gestionar los trámites y permisos necesarios para llevar al animal de Afganistán hacia el Reino Unido.

La situación de Farthing no es nada fuera de lo común. Los soldados estacionados en el extranjero a menudo desafían las regulaciones del ejército y adoptan animales de la zona, de los que no quieren desprenderse cuando concluye su periodo de servicio, pero tampoco son capaces de pasar a través de todos los aros para lograr que las mascotas lleguen sanas y salvas a casa. Hasta el momento, Nowzad ha reunido a ochocientos soldados con sus animales de Afganistán y cuarenta con sus mascotas de Irak. War Dogs Making It Home (Perros de guerra que vuelven a casa), una organización benéfica en Chicago que entrena a los perros rescatados como animales de servicio y los entrega a veteranos de guerra que sufren de trastorno de estrés postraumático, lesión cerebral traumática o problemas de movilidad, también ha llevado seis perros Nowzad a Estados Unidos. Sin embargo, esos animales son excepcionalmente afortunados. La mayoría sufren destinos como el de J-bad, un perro afgano herido de muerte que los rescatistas encontraron en 2014.

Ese año, Dan Tatsch, cinco veces voluntario de Nowzad de Dallas y excapitán del Ejército de Estados Unidos, se dirigía al aeropuerto de Kabul para tomar un vuelo a casa cuando recibió una llamada de una contratista de logística canadiense. La mujer había visto un perro mutilado arrastrándose con las patas delanteras en un tramo peligroso de la carretera llamada Jalalabad Road. Tatsch, Farthing y los otros miembros del equipo Nowzad en la furgoneta tenían suficiente tiempo antes del vuelo de Tatsch para dar un rodeo, y hallaron rápidamente al perro. “Alguna vez fue un magnífico ejemplar de la raza pastora Kuchi, más de 45 kilos en su mejor momento, pero ahora era una triste y destrozada cáscara de lo que fue”, recuerda Tatsch. El equipo recogió al perro, cuyas patas traseras estaban paralizadas, probablemente como consecuencia de una fractura en el lomo, y cubiertas de llagas abiertas por arrastrarse por el suelo. Ellos lo llamaron J-bad aludiendo al camino en el que le encontraron; el perro herido durmió durante la mayor parte del camino de regreso al cuartel general, con la cabeza apoyada en el regazo de Tatsch. Sin embargo, ellos sabían que salvar la vida de J-bad estaba fuera de toda cuestión; el daño era simplemente demasiado grande. De vuelta en la sede de Nowzad, lo mejor que pudieron ofrecer fue una última comida y luego un final tranquilo para su sufrimiento.


En algunos casos, los animales abandonados se convierten en peligro para la
salud humana. Andoni Lubaki/AP

En cuanto a los gatos de Alepo, su futuro es incierto, al igual que el de Aljaleel. “Todos los días, cuando salgo de mi casa, sé que podría no regresar”, dice. “En Siria, todo va de mal en peor”. Sin embargo, a pesar de la escalada de violencia, no tiene planes de irse ni de renunciar a los gatos. En cambio, como Farthing en Afganistán, tiene aspiraciones de abrir su propio refugio y hospital para animales.

“Sé que otros países tienen muchos más recursos para los animales, pero aquí ni siquiera tenemos muchos buenos médicos, y ni hablar de los veterinarios —apunta—. Aunque actualmente no hay refugios de animales en Siria, sueño con construir uno”.

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